Viajar es una de las herramientas de crecimiento personal más potentes que conozco.
Por tanto, realizar un viaje largo puede ser una de las experiencias más enriquecedoras que podemos llevar a cabo.
Pero, ¿cuál es la duración ideal de ese viaje largo si algún día nos decidimos a dar el paso? ¿Cuáles son las fases por las que pasaremos?
En mi caso, había viajado durante tres meses por África, el período de viaje más largo de mi vida hasta aquel momento (eso sin contar los siete meses que había vivido en la isla de Mayotte justo antes). Durante ese período, me di cuenta de que todo viaje pasa por dos fases, y que cada una de ellas es más marcada cuanto más largo es dicho viaje.
La primera es un estado inicial de euforia e hiperactividad en la que quieres ver lo máximo en el menor tiempo posible y en la que pasas en cada lugar una o dos noches como mucho. La segunda se va instalando progresivamente a medida que pasan las semanas. Durante esta última etapa tiendes a volverte más selectivo con los lugares que visitas, las actividades que haces y las personas con las que te relacionas, y también tiendes a relajarte más y pasar tiempos más prolongados en un lugar determinado. Esa tendencia también suele verse reflejada en el aspecto económico, pues pasas de un estado inicial de mayor generosidad a intentar controlar al máximo todos los gastos buscando siempre los mejores precios en alojamiento, actividades y comida.
Esta transformación en la naturaleza del viaje se agudiza progresivamente con el pasar de las semanas o los meses hasta llegar a su máxima expresión, que se alcanza cuando sientes que estás embarcado en un viaje indefinido. En ese punto, el viaje puede perder su esencia y convertirse en algo monótono en el que cada vez sientes mayor necesidad de establecerte de forma fija en un lugar determinado y de gastar la menor cantidad de dinero y energía posible. En ese momento, el viaje corre el riesgo de transformarse en la vida común y corriente de la mayoría de las personas, es decir, en algo rutinario y repetitivo donde la prioridad ya no es vivir nuevas experiencias y emociones o conocer gente distinta. Dejas de estar en un estado expansivo, de apertura y de máxima adaptabilidad para pasar a un estado de recogimiento donde el objetivo prioritario es lograr la máxima estabilidad y seguridad posibles.

¿Dónde reside la esencia de un largo viaje?
Para que un viaje no pierda su esencia y siga valiendo la pena, éste debe tener la intensidad y la duración adecuada para que se ajuste a tus expectativas y necesidades. Para que un viaje no pierda su magia debe permitirte romper la aburrida monotonía diaria y aportarte nuevas experiencias, aprendizajes, sensaciones e incluso amistades o relaciones. La esencia del viaje es la que te permite aprender cosas nuevas, explorar facetas desconocidas de ti mismo y, en definitiva, hacerte crecer como persona. De esta forma, puedes volver a valorar los momentos de rutina y monotonía cuando éstos reaparecen en tu vida. Y cuando ello ocurre no dejas de evolucionar, pues las semillas que has recogido durante tu aventura siguen germinando incluso durante esas etapas de tranquilidad…hasta que llega el momento de zarpar de nuevo.
Esta es la esencia del viaje, algo que te cambia la vida por completo desde el momento en que lo experimentas. Y entonces aprendes a vivir tu vida como si se tratara de un gran viaje, de principio a fin.
Y ahora, me encantaría escuchar tu opinión. En tu caso…¿Qué duración tuvo tu mayor viaje hasta la fecha? ¿Has pasado por las dos fases de un viaje largo que acabo de describir? ¿Cuál es para ti la Esencia del viaje?
Anímate a dejar tu comentario y sobre todo, a vivir la vida como si de un viaje se tratara 😉
Para mi la esencia de un viaje largo es que sin darte cuenta empezas a apreciar lo sencillo, lo simple y lo hermoso que es disfrutar cada momento, no quiere decir que no lo hacías antes, pero después del viaje lo haces sintiéndolo de otra manera y bueno te hace crecer…
¡Hola Caro! Sí, estoy de acuerdo con lo que dices, un viaje largo tiene la capacidad de cambiar tu percepción de las cosas y, por supuesto, de hacerte crecer. Como dije, vivamos, pues, la vida como un largo viaje del que disfrutar esas pequeñas cosas, lo sencillo, lo simple…
Estoy pensando en cogerme un año sabático y la verdad es que caer en la rutina durante un viaje es algo a temer.
Creo por conocidos, que también han estado 3 meses o más fuera, que faltaría una tercera etapa… que es la vuelta… la mayoría con un gran bajón (casi depresivo) en poco más de dos semanas al volver a la rutina.
¿Cómo te fue a ti?
¡Hola Edgar! Me alegro que pienses en coger un año sabático. Si lo has pensado, creo que deberías hacerlo. Tu alma te lo pide y la harás feliz llevándolo a cabo. Y sí, no podía estar más de acuerdo con lo que dices: hay una tercera fase, la de la vuelta. De ese tema quería hablar en futuros post.
En mi caso, he hecho ya 3 viajes de un año o más (el último fueron 21 meses) y me he tomado dos veces un año sabático. Y sí, al principio, puede haber un bajón y un fuerte shock al volver, pues ya no ves las cosas de la misma forma que antes. Te das cuenta que el mundo, para ti, ya no es el mismo y te sientes desubicado. Es algo normal. Para paliarlo tienes que asumir este hecho, intentar imaginártelo con antelación y, por supuesto, trazar un plan de acción postviaje para que tu vuelta sea lo más liviana posible…
En cualquier caso, tienes razón, sí. Pero es una fase de la que se obtienen muchos aprendizajes…
Ánimo con ese proyecto…tenme al corriente…¡y mucha suerte!
¡Un abrazo!