Tras dos años en París, empecé el que sería mi último año en la capital francesa. Los acontecimientos de los últimos meses me hicieron llegar al límite y, además, me hicieron ver la necesidad de realizar un nuevo giro a mi vida. A continuación os cuento la última parte de esta historia… (Si os perdisteis la primera parte, ¡pinchad aquí!)
Llegando al límite
Mi último año empezó sin demasiadas novedades. Viví en el mismo piso, con Kalim y la encantadora vecina de abajo, Mme Ermengilde, que seguía acosándonos sin tregua a la mínima oportunidad que tenía. París estaba igual de gris y frío que siempre y el estado de ánimo de sus gentes no había cambiado en absoluto. Sin embargo, venía con las energías renovadas tras un estimulante viaje e ilusionado por comenzar en un nuevo centro.
Pierre me ayudó mucho durante el tiempo que trabajamos juntos. Era un hombre tolerante, abierto y, como yo, un adicto a aprender. Me llevaba 6 o 7 años pero acababa de empezar sus estudios de osteopatía. Y, además de tener su propio centro de salud, tenía un hijo con su exmujer y una novia sueca que le hacía la vida imposible. Era alucinante la energía que tenía y cómo lograba llevar una vida equilibrada lidiando con tantas cosas a la vez. Por si no fuera poco, Pierre me dejaba organizar mis horarios a mi gusto y era muy flexible en cuanto a los pagos que tenía que hacerle cada mes en función de mi facturación.
Ese año decidí trabajar de 12 de la mañana a 9 de la noche y dejarme los martes libres. De esta forma podía hacer deporte por las mañana y tenía tres días completos para dedicarme a los estudios. Pierre tampoco me puso ninguna traba para ausentarme 4 o 5 días al mes para asistir a mis formaciones. Su centro era mucho más limpio y cuidado que el de Levalois. Y por fin pude trabajar con camillas eléctricas de una anchura adaptada para la terapia manual (En Levalois tenía dos enormes camillas viejas de diferentes alturas que usaba en función de la técnica a realizar). Además, en el piso de abajo había una pequeña piscina. En ella realicé puntualmente sesiones de rehabilitación en el agua y me hice cargo de varios grupos de aquagym, una disciplina que jamás había practicado, pero que me apetecía mucho probar.
El año fue muy parecido al anterior. Es decir, muy productivo a nivel profesional y laboral. Me había convertido en un profesional consolidado o, como mínimo, me sentía cómodo y seguro de mi mismo a la hora de abordar a los pacientes y aportar soluciones reales a sus problemas. Aprendí a trabajar en el medio acuático y descubrí que las clases de aquagym eran tan divertidas como exigentes física y técnicamente, pues requieren una buena organización y una fuerte entrega a nivel personal. Sin embargo, también fue un año pobre a nivel social y emocional.
«Fue un año productivo a nivel profesional y laboral, pero pobre a nivel social y emocional. Sin duda, necesitaba un cambio de aires».
Con el paso de los meses empecé a sentirme realmente agotado, vacío y harto de lidiar con demasiados frentes a la vez. La presión laboral era alta, la exigencia académica más y, entretanto, sentía que la vida se me escapaba sin aprovecharla en todas sus dimensiones. Sentía que aquellas cosas a las que tanta importancia había concedido años atrás y a las que tanto tiempo estaba dedicando empezaban a resultarme intrascendentes.
Dicen que aquello que no se riega se muere y, efectivamente, el poco tiempo que tenía para Vicky propició que la relación terminara cuando empezó a salir con otra persona. Aquello supuso otro golpe emocional. Empezaba a estar cansado de aquella vida, constantemente preocupado por el trabajo y los estudios mientras olvidaba las cosas que realmente son importantes. Estaba permanentemente agobiado y acosado por las innumerables facturas a pagar y la gran cantidad de gestiones a realizar típicas del trabajo autónomo en Francia. Mis reservas energéticas estaban bajo mínimos y tenía la sensación de que cualquier pequeño imprevisto podía hacerme saltar por los aires.
En medio de aquella crisis transcendental me ocurrió otra desgracia. Un día, fui a nadar al centro municipal y, cuando volví a las taquillas, descubrí que alguien había abierto la mía y me había robado la bandolera con mis llaves, cartera y documentación. Aquello acabó por hundirme. Me di cuenta que no tenía fuerzas para adaptarme a más imprevistos, señal inequívoca de que llevaba un ritmo de vida demasiado frenético. Ese domingo lo tuve que pasar en casa de una vecina esperando que Kalim llegara a casa. Y los días posteriores me las tuve que ingeniar para encontrar el tiempo necesario para tramitar la denuncia pertinente, anular las tarjetas de crédito, renovar la documentación…
Sin duda, había llegado el momento de hacer un cambio de aires e incluso un cambio de estilo de vida. Las ideas y proyectos que circulaban por mi mente de forma continua eran una clara prueba de ello.

Sacré coeur de París
Consultando mi diario personal, el amigo que nunca miente
Algunas de esas ideas y proyectos, que no dejaban de bombardear mi mente en aquella época, quedaron plasmados en mi diario personal. A continuación muestro, por ejemplo, una pequeña reflexión que realicé sobre la ciudad de París durante mis últimos meses allí.
“Cuando vine a vivir contigo (refiriéndome a París), hubiera venido hasta perdiendo dinero. Ahora que me marcho (y aún no lo he hecho), no volvería ni por todo el dinero del mundo”
El hecho de sentirme oprimido y sin margen de maniobra para ser libre y vivir una vida alejada de los estándares clásicos me hacia reflexionar frecuentemente sobre el tipo de vida que quería. No me apetecía seguir llevando típica vida en la que uno se ve obligado a trabajar, formarse, pagar y cumplir obligaciones de forma indefinida hasta la muerte. Esa ecuación empezaba a tener cada vez menos sentido para mí, tal y como lo demuestra esta otra reflexión:
“Tengo amigos que, antes de cumplir los treinta, llevan casi 15 años trabajando en la misma fábrica, tienen hijos, hipoteca y, en ocasiones, me comentan que estan deseando jubilarse.
Para mí, una vida monótona, sin objetivos, sin sueños ni ilusiones es una vida carente de estímulos que no contribuye a nuestro crecimiento personal. En este tipo de vida los días se hacen eternos pero, al echar la vista atrás, te das cuenta que el tiempo ha trascurrido a toda velocidad. Efectivamente, la mente tiende a sintetizar los hechos y, cuando vives 1000 días idénticos que se repiten una y otra vez, tu cerebro los acaba resumiendo en unos pocos. Vivir así es vivir es vivir una larga y pesada agonía que, cuando llega a su fin, te das cuenta que no has sabido aprovechar, que no has sido feliz y que no has hecho aquello que siempre deseaste hacer…
«En una vida monótona los días se hacen aternos, pero al echar la vista atrás, te das tiempo que tu tiempo ha transcurrido a toda velocidad».
Quiero una vida variada, llena de ciclos, proyectos y objetivos a corto, medio y largo plazo. Suspiro por una vida rica en ilusiones, rebosante de viajes y llena de conocimientos, anécdotas y emociones. La vida es un juego y hay que había que vivirla cómo tal, como una película en la que tú eres el director y en la que tienes que entretenerte para salir del cine con buen sabor de boca. Quiero que mi película sea divertida y que, al ser contada, aquél que la escuche pueda aprender de ella y disfrutar al mismo tiempo..
El tiempo y el espacio son relativos, tal y como decía Einstein. Cada uno puede decidir cómo jugar con ellos. Puedes elegir vivir creyendo que lo tienes todo hecho a los 30 y que lo mejor de tu vida ya pasó. O puedes empezar a vivir tus mejores años cuando tú decidas. En mi caso, voy a terminar mi formación pasados los 30 y será entonces cuando voy a vivir las experiencias más enriquecedoras, realizar mis viajes más estimulantes y vivir de la forma más intensa posible. Vivir así es invertir en ti mismo y, si lo logras, no debes preocuparte por el dinero, el trabajo o encontrar el amor de tu vida. Son cosas que llegan de forma natural cuando es el momento. Y, además, guardarás en tu zurrón tesoros que nadie te podrá arrebatarte jamás: tus aprendizajes, anécdotas y conocimientos personales».
Au revoir, París…bonjour, Guadalupe
A la vista del estado de sobrefatiga al que había llegado tras casi 3 años en París y de las reflexiones que dejé plasmadas en mi diario personal, era obvio que un cambio de aires volvía a ser necesario. Antes de que llegara al verano comuniqué a Pierre que dejaba el trabajo y el país, pero no quería despedirme de Francia con mal sabor de boca ni volver a España sin antes haber tenido una experiencia inolvidable.
Hacía tiempo que oía que Francia tenía muchos territorios dispersos por todos los continentes. Dichos territorios, llamados de ultramar, forman parte del país y, por tanto, gozan de un nivel de vida europeo, lo cual incluye seguridad social universal y unos buenos salarios. Algunos de esos lugares son famosos por la calidez y hospitalidad de sus gentes o por tener paisajes paradisíacos con bellas playas de arena blanca, enormes cascadas o bellas rutas de montaña. Hasta entonces no me había planteado visitar esos lugares pero, en aquel momento, hacerlo se me empezó a pasar por la cabeza.
Fue así como empecé a indagar y encontré varias ofertas de trabajo. Después de intercambiar algunos emails con diferentes interlocutores fui contratado para realizar una sustitución de verano durante 7 semanas en la isla caribeña de Guadalupe. Cuando se lo dije a Pierre, éste se mostró entusiasmado con la idea, pues era originario de la isla vecina de Martinica y había estado viviendo varios años en Guadalupe. Me deseó buena suerte y cerramos una bonita colaboración. Me sentí agradecido y emocionado por la posibilidad de despedirme de Francia viviendo una bonita experiencia al otro lado del “charco”…
Y con esto cierro esta pequeña miniserie de 2 posts sobre mi paso por la ciudad de la luz. Espero que lo hayáis disfrutado y, ahora, me gustaría saber una cosa: ¿Alguno de vosotros ha vivido (no viajado) en París? ¿Qué opináis sobre la ciudad? ¿Tuvisteis sensaciones o experiencias parecidas a la mía? ¿Creéis que es una ciudad acogedor o un buen lugar para vivir?
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