Durante los meses que viví en la Guayana francesa, tuve la suerte de poder visitar los países vecinos de Surinam y Guyana a lo largo de un intenso viaje de 15 días.
De entre todas las actividades que realicé, la que más me marcó fue ir a Kaieteur Falls, unas impresionantes cascadas de 250 metros de desnivel en pleno corazón de la jungla guyanesa.
El plan era ir por tierra cruzando selva y río al más puro estilo Indiana Jones y volver en avioneta; todo en 3 días. Sin embargo, por diferentes circunstancias, necesitamos 5 días para completar la ruta, lo cual me brindó la ocasión de vivir experiencias poco comunes que jamás olvidaré.
Hoy quiero compartir contigo estas experiencias a través de este relato, pues estoy seguro que te sorprenderá y, además, puede que te sea útil si un día decides visitar este privilegiado enclave.
¿Listo?
1. Preparando el tour hacia Kaieteur falls
Un par de semanas antes de llegar a Guyana, contacté con Rainforest tours, una agencia de turismo de aventura.
El problema era que estábamos a finales de junio, y todavía era época de lluvias, así que las precipitaciones eran abundantes y había riesgo de inundaciones. Por tanto, había poca demanda: únicamente yo y otra pareja, que acabaron desistiendo en el último momento.
A pesa de ello, mi guía Steve –un joven guyanés de rasgos amerindios y aspecto aguerrido– decidió llevar a cabo igualmente la expedición. Iba a ser una aventura de tú a tú en una de las peores épocas del año para visitar las cascadas, lo cual; más que atemorizarme, me motivaba.
Steve me dijo que él se encargaría de la comida, así que mi equipo básico consistió únicamente en:
- Algo de ropa adaptada (pantalones largos, zapatos resistentes y camisetas claras para evitar los mosquitos).
- Gorra, gafas de sol, bañador, crema solar y antimosquitos.
- Mosquitera, lámpara frontal y una hamaca.
2. Relato del Kaieteur falls tour, una aventura en el corazón de Guyana
De Georgetown hasta el campamento Amatuk (Día 1)
Steve vino a recogerme a mi albergue antes de las 7 de la mañana y fuimos directamente a una estación callejera de minibuses, donde tomamos una furgoneta naranja que nos llevaría hasta Mabura, a unos 230 kilómetros de allí.
El trayecto nos llevó unas 5 horas, y transcurrió por una pista de tierra roja llena de agujeros y grandes charcos formados por la abundante lluvia del momento
En Mabura, comimos algo rápido y tomamos otra furgonetilla naranja que nos llevaría hasta Mahdia, un pequeño pueblo minero situado a 80 kilómetros de allí, ya en el corazón de la jungla. Durante el trayecto, tuvimos que pasar por 2 controles policiales y cruzar el río Essequibo en Ferry.
Izquierda: la furgoneta naranja hacia Mahdia. Derecha: el ferry que nos permitió cruzar el río Essequibo.
Poco a poco, la gente iba descendiendo del vehículo, pero me impacto especialmente el momento en que un chico -que no debía tener más de 18 años- se bajó en medio de la nada, tomó la mochila y empezó a caminar por un estrecho camino que se adentraba en la selva. Cuando Steve me dijo que se trataba de un joven minero que iba a trabajar, me quedé atónito, y me di cuenta de la suerte que tenía de ser sólo un turista.
Al llegar a Mahdia, nos montamos en la parte trasera de un 4×4, convirtiendo los equipajes del resto de pasajeros en nuestros asientos. Así, estuvimos transitando alrededor de una hora por una pista infausta repleta de baches y piedras hasta llegar al borde del río Potaro, donde nos esperaba una lancha.
Finalmente, tras media hora remontando el río, llegamos a una pequeña isla, donde había una pequeña y rudimentaria cabaña conocida como campamento Amatuk. Allí, colocamos las hamacas y Steve cocinó algo caliente gracias al camping-gas y las reservas de agua potable que había.
Tras 12 horas de viaje, aquella cena me supo a gloria, especialmente el pastel casero que había preparado la mujer de Steve.
Izquierda: la penúltima etapa: sentarse detrás del 4×4 durante 1 hora. Derecha: nuestras hamacas, en el campamento Amatuk
Del campamento Amatuk hasta Kaiteur Falls (Día 2)
A las seis de la mañana, vino a recogernos la misma lancha que ayer nos había depositado en aquella pequeña isla fluvial. El capitán nos sacó de allí y remontamos el río unos 30 minutos más hasta llegar a otro campamento, llamado Wartuk.
De nuevo, el campamento no era más que una rudimentaria caseta de madera que se caía a pedazos, aunque permitía protegerse de la lluvia y cocinar algo. Sorprendentemente, allí nos encontramos con David y Rebeca –dos turistas americanos– junto con su guía. Según nos contaron, llevaban dos días enteros sitiados allí. El primer día, porque las inundaciones no les habían permitido salir. El segundo día, porque el conductor de lancha –el mismo que nos había traído hasta allí– estaba borracho y no apareció. Entendimos, pues, la alegría con la que fuimos recibidos.
Sin esperar mucho tiempo, nuestros tres amigos tomaron la lancha y se fueron río arriba en dirección a Kaiteur Falls. Yo, por mi parte, empecé a estar inquieto, pues Steve me dijo que el plan era esperar el día entero en aquella caseta deprimente, ya que las inundaciones no nos permitían salir ni hacer nada más.
Así pues, le pedí a Steve si podíamos llegar ese mismo día a las cascadas. No me veía ahí todo el día sin hacer nada, e imagino que él tampoco, así que llamó por radio al campamento central y, por suerte, accedieron a mandarnos la lancha, cuyo conductor no estaba borracho aquel día, algo que debíamos aprovechar.
Al poco de empezar a remontar el río, vislumbramos por un instante las imponentes cascadas a lo lejos; pero, rápidamente, se perdieron entre la maleza.
No tardamos mucho en llegar a los pies de la montaña Tukeit, el último escollo antes de llegar a Kaieteur Falls.
Izquierda: Steve y yo remontando el río Potaro. Derecha: vislumbrando Kaieteur Falls.
Empezamos el ascenso de aquella empinada montaña, completamente cubierta de exuberante y frondosa vegetación tropical. Recuerdo aún la asfixiante sensación de humedad que sentí nada más empezar a caminar, así como la abundante sudoración que brotaba de mi piel al mínimo movimiento. Todo mi cuerpo estaba completamente empapado.
Las paredes de las rocas que formaban aquella profunda garganta estaban cubiertas de musgo, y por ellas caían pequeñas cascadas de agua que, cuando teníamos sed, hacían también las funciones de fuente. En seguida, Steve me advirtió que no me alejara de él, pues se dio cuenta que me paraba mucho para tomar fotos. Rápidamente entendí el porqué de su consejo cuando, unos metros más adelante, nos topamos con una pequeña serpiente de color verde intenso. Steve me dijo que una mordida de aquel animal te condenaba a la muerte en menos de una hora. No volví a separarme de él.
Al cabo de unas tres horas de caminata, el rugido de aquella gran cascada era tan evidente que parecía que la teníamos a tocar. Efectivamente, tras unos minutos más, se nos aparecieron las famosas Kaieteur falls, 250 metros de caída directa en su máximo esplendor gracias a las abundantes lluvias del momento y al bello arco iris que formaba la luz al filtrarse por la permanente neblina del lugar.
La belleza de Kaieteur falls es indescriptible, así que más vale una imagen.
Mi experiencia en Kaieteur Falls (Días 3, 4 y 5)
1. Las cascadas y los alrededores
El albergue de las cascadas, situado a pocos metros de las mismas, era mucho más amplio y cómodo de lo que cabría esperar de un lugar tan recóndito: dos habitaciones con cama, un gran salón comedor, un baño y cocina a gas. Obviamente, ni rastro de televisor ni Internet.
En Kaiteur falls, la vida del turista se reduce a:
- Admirar las cascadas una y otra vez desde los distintos miradores que hay. El momento más mágico es durante la puesta de sol, la hora del día en que miles de pájaros revolotean en grupo alrededor de la cascada.
- Tomar un baño en una pequeña zona de agua muerta que queda a pocos metros del desnivel de 250 metros. Según nos contaron, las aguas negras del río Potaro contienen una particular mezcla de vegetales y sedimentos que hacen que sean curativas. Dicen que los indígenas sanaban de sus heridas de guerra bañándose y bebiendo esas mismas aguas.
- Pasear por algunos senderos anexos en los que abundan serpientes y su alimento, las ranas doradas, un pequeño batracio amarillo que se esconde en el interior de ciertas flores y cuyo veneno es 160.000 veces más potente que la cocaína.
- Intentar avistar el cock of the rock, una pequeña ave de plumas anaranjadas famosa por su espectacular cresta, que recuerda a la forma del casco de un soldado espartano. Gracias a la ayuda del ranger del parque, logré avistar algunos ejemplares, especialmente antes de la puesta de sol.
Izquierda: rana dorada archivenenosa (mejor no tocarla). Derecha: el famoso cock of the rock (vía Shutterstock)
2. Vida en casa de Tony y su enorme jabalí
Nada más llegar al campamento, Steve me comunicó que debido a problemas mecánicos, la avioneta que debía llevarnos de vuelta a Georgetown se retrasaría ¡dos días!
Sin saberlo, aquel pequeño contratiempo me permitiría conocer la región de una forma más profunda y peculiar que la mayoría de los visitantes que llegan hasta Kaiteur falls.
Para empezar, aquella noche, fuimos a visitar a Tony, un amigo de Steve que vivía a unos cuarenta minutos a pie del albergue. El hombre, que tendría unos cuarenta y tantos, se dedicaba a explotar una mina clandestina de oro y diamantes cercana. Su sueño, según nos comentó, era encontrar un enorme diamante que lo retirase.
Al llegar, Tony y su mujer, una chica de rasgos hindúes mucho más joven que él, nos recibieron con los brazos abiertos. El lugar era tremendamente humilde, pero excepcionalmente acogedor. Incluso tenían una zona exterior cubierta donde comían y en la que había televisor (con reproductor de DVD) y un par de altavoces que hacían las funciones de bar, discoteca y cine.
Pero lo más entrañable del lugar era su mascota, un enorme jabalí de color negro, pelos gruesísimos y afilados colmillos. Sin embargo, se comportaba como un perro, fiel a su amo y amante de las caricias, ante las cuales respondía tumbándose al suelo y realizando sonoros graznidos.
Al parecer, la casa de Tony era el punto de encuentro tanto de los rangers del parque nacional como de los mineros ilegales que trabajaban en los alrededores. Y, durante aquellos días, también lo fue para mí.
La mascota de Tony era un enorme jabalí negro. Era dócil como un perro, pero mejor no enfadarlo, porque con esos colmillos creo que te podría arrancar la mano sin apenas esfuerzo.
3. El día a día de un minero de oro y diamantes
Gran parte de los 3 días completos que estuve en Kaiteur falls los pasé yendo a casa de Tony para comer, cenar y ver películas en su vieja televisión, que iban desde filmes de terror, hasta las clásicos westerns de Bud Spencer y Terence Hill.
Pero, lo que más me interesaba era conocer a fondo la vida cotidiana de Tony, un minero de oro y diamantes que lo había dejado todo –incluyendo a sus cuatro hijos– para ganarse la vida en la remota selva de Guyana.
Tras pedirle permiso, Tony estuvo encantado de que lo acompañase un día a su mina junto a Steve, mi guía. Para llegar hasta allí, descendimos por el río Potaro durante treinta minutos hasta llegar a un pequeño riachuelo afluente, donde atamos la canoa a un árbol.
Desde aquel punto, nos adentramos en la abundante vegetación del lugar a golpes de machete. De pronto, Tony dio un salto y, rápidamente, asestó un fuerte machetazo al suelo para volver a subirlo con el cadáver de una enorme serpiente venenosa colgando del filo.
Izquierda: la casa de Tony, con su TV y sus altavoces. Derecha: en Kaieteur falls es fácil cruzarse con serpientes venenosas.
Tras una hora y media de caminata agotadora y cruzar varios ríos a pie, llegamos al pequeño campamento de Tony, que consistía en una rudimentaria cabaña donde guardaba comida, su equipo de trabajo, una pequeña cocina de gas, un reproductor de DVD, películas y un generador de corriente.
Sin embargo, para llegar a la zona de trabajo en sí, tuvimos que caminar quince minutos más hasta un pequeño riachuelo de aguas rojas. Desde aquel día, siempre que oigo a alguien quejarse de lo duro, largo o incómodo que le resulta ir al trabajo en metro o en coche, recuerdo a Tony y me río para mis adentros. Aquel guerrero, dedicaba cada día cinco horas al día sólo en transportes.
En aquel pequeño riachuelo yacía el equipo de trabajo de Tony, consistente en un bote flotante hecho a base de barriles vacíos y maderas sobre las que reposaba un motor, botellas de oxígeno y un tubo que iba hasta una gran máquina situada en tierra firme. Se trataba de un gran aspirador que succionaba los sedimentos del río para, posteriormente, ser seleccionados gracias una red metálica que los filtraba.
Izquierda: el pequeño riachuelo rojo donde trabajaba Tony. Derecha: su rudimentario pero útil equipo de trabajo.
Aquel día, tuve el privilegio de ver trabajar a Tony en directo, y hasta pude para bañarme con él y hacer un pequeño video del proceso. Te lo muestro a continuación.
Me impresionó ver cómo se ganaba la vida aquel hombre: un trayecto durísimo para ir a trabajar, sumergirse cada día en un río con su traje de neopreno y su oxígeno e ir picando con paciencia la tierra del fondo. Sentí admiración por él y, a la vez, el privilegio de tener yo un trabajo que amo y que, además, no es –ni por asomo– tan duro como aquél.
Tony solía trabajar unas tres o cuatro horas al día. Por suerte para mí, ese día sólo estuvo una hora trabajando, tras la cual volvimos a su campamento y dimos la jornada por concluida después de compartir una comida base de arroz, frijoles y salchichas.
Obviamente, aún quedaba la vuelta a casa, que fue todavía más dura que la ida porque, además de tener que volver a pasar por la selva, tuvimos que remar a con la canoa a contracorriente y, al ser tres personas en lugar de una, a Tony le resultaba mucho más complicado controlar la embarcación.
Estuvimos alrededor de una hora remando y luchando contra la corriente. En varias ocasiones fuimos arrastrados a la vegetación, y en una de ellas nos topamos con un nido de avispas furiosas. Al final, cansados de tantas complicaciones, decidimos volver a la orilla, atar la canoa y seguir a pie.
Pasamos el resto del día en casa de Tony que, de nuevo, hizo gala de una amabilidad y generosidad sin igual. Nos preparó café, nos ofreció una ducha de agua caliente y nos puso varias películas para matar el tiempo. Incluso nos invitó a cenar, momento en que nos mostró lo que había encontrado durante aquel día de trabajo: un diamante y unos pocos gramos de oro.
Izquierda: oro de la mina de Tony. Derecha: un pequeño diamante de Kaieteur Falls.
Para Tony, debió ser un día más; pero, para mí, fue un día excepcional que me permitió ver la vida desde otra perspectiva a través del trabajo y los valores de un tipo humilde, generoso y trabajador.
Sin duda, una de las actividades que más me marcaron durante aquel viaje.
El regreso a Georgetown (día 5)
Finalmente, tras 3 días aislado en aquel mundo de paisajes exuberantes, cascadas sin igual y minas de oro y diamantes, era el momento de regresar a Georgetown.
Afortunadamente para mí, no iba a ser por tierra, sino a bordo de una destartalada avioneta de 6 plazas que llegó cargada de mercancía para el parque nacional. La mercancía de vuelta fuimos Steve, yo y la basura que producía el albergue.
El primer vuelo, de unos 30 minutos de duración, fue plácido, y nos permitió observar los imponentes valles de la región, repletos de frondosa y densa selva tropical, hasta llegar a Mahdia.
Finalmente, tras esperar 5 horas en Mahdia, tomamos una segunda avioneta hasta Georgetown. El trayecto nos llevó alrededor de una hora, y transcurrió durante una preciosa puesta de sol.
Durante el vuelo pudimos ver de nuevo un inmenso mar verde homogéneo que se extendía hasta el infinito, y que tan solo era interrumpido por los ríos, la pista de tierra que habíamos recorrido a la ida y, al final, por la gran ciudad. Efectivamente, al aproximarnos a Georgetown, empezaron a aparecer superficies agrícolas perfectamente cuadradas y casas, que cada vez fueron más abundantes hasta que aterrizamos en el pequeño aeropuerto doméstico de la ciudad.
Izquierda: desde el aire, la jungla tiene aspecto de un mar verde homogéneo. Derecha: la selva sólo es interrumpida, por ejemplo, por ríos.
Y el viaje continúa…
Después de aquella magnifica experiencia en Kaieteur Falls, continué mi aventura por Guyana y Surinam.
Pero eso es ya otra historia, así que, si te interesa conocer algunos detalles más, te invito a que leas mi próximo artículo.
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Y, por hoy, eso ha sido todo por mi parte. Ahora es tu turno.
¿Qué te ha parecido este pequeño relato sobre Kaieteur falls? ¿Te animarías a hacerlo algún día? Y, si ya conocías este enclave, ¿cómo fue tu experiencia?
Esperamos tus comentarios, siempre es un placer leerte.
Hola Ubay,
Enhorabuena, por poder viajar a través de tus experiencias y vivencias,
La verdad, increíble, lo que nos cuentas de estas gentes, tan humildes pero llenas de vida, de amor y de un gran espíritu,,,
La belleza, de sus paisajes, cataratas,, selva virgen,,, Un lujazo!!!!!!!
Me ha encantado,!!!
Nunca, se puede decir de no hacer algún viaje de este tipo,,
De alguna manera, gracias a tu trabajo, tus experiencias, podemos viajar desde casa,,,
Mis mejores deseos Ubay, para ti y para tu vida,
Un fuerte abrazo 😉😊
Hola Toñi…
Me alegro haberte permitido viajar a otro rincón del mundo. Kaiteur Falls es un lugar espectacular, y tuve una experiencia muy especial. Me alegro mucho de que te haya gustado el relato.
Espero que algún día tengas la oportunidad de visitar este mágico lugar, si no, siempre te quedarán mis artículos 😉
Un fuerte abrazo.
Hola Ubay,
Me encanta,apasiona leer la experiencia que has tenido la suerte de poder vivir.
Yo en Diciembre estuve en Sudafrica disfrutando de un viaje apasionante también,con muy pocas comodidades,vaya, como a mi me gusta,perdido del mundanal ruido.
Sigue poniéndome los dientes largos con tus viajes y quizás algún día coincidamos.
Un abrazo
Hola Jesús…
Me alegro que te haya gustado el relato de esta experiencia. Fue una vivencia muy auténtica y especial.
De todas formas, tú tampoco puedes quejarte. Suráfrica tiene que ser un país espectacular. Estuve en Mozambique, y no llegué a pasar por allí, así que tú sí que me pones los dientes largos. Espero tener la oportunidad de ir un día. Y sí, a ver si un día coincidimos por este precioso mundo en el que vivimos.
¡Un abrazo!
Hola Ubay
Vaya viaje más especial por las Kaieteur falls…. Es genial la experiencia y como lo cuentas.
Desde luego que lo mejor es haber tenido el privilegio de conocer a alguien como Tony y haber podido compartir un día de trabajo con él. Increíble.
Me ha encantado tu relato
Un fuerte abrazo
Hola Adriana…
Sí, la verdad que fue una experiencia única. A veces los contratiempo nos permiten vivir las experiencias más especiales, como poder conocer la zona de Kaiteur Falls en profundidad. Y sí, coincido contigo en que poder conocer el día a día de Tony fue algo que nunca olvidaré.
Me alegro de verdad de que hayas disfrutado del artículo.
¡Un fuerte abrazo para ti también y, felices viajes!
Hola Ubay, enhorabuena por tu blog. Me gustó leerte y afianzó mi decisión de visitar el lugar tras conocerlo en la guía “Suramérica para mochileros” de Lonely Planet.
Quiero ir, como fuiste tú, en plena temporada de lluvias este próximo julio y me gustaría contactar contigo para ver si puedes darme algo más de información.
Llevo viajando a Sudamérica más de 15 años y en los últimos me he aficionado a visitar lugares naturales combinándolo con treckings, montaña…siempre con la mochila a la espalda. Kaieteur lleva en mi cabeza más de un año y el mes que viene voy, por fin, a hacerlo realidad.
Me estoy planteando seriamente crear incluso un blog ya que he empezado a escribir alguna crónica de recientes viajes (ahí te paso el link de la ascensión al volcán Cotopaxi, Ecuador) y creo que podría ser interesante contactar por posibles intercambios de información.
Me gustaría contactar con Tony y que pudieses darme algo más de info para viajar en avioneta desde Georgetown nada más llegar, ya que sólo dispongo de 1 semana y para ir y volver.
Te agradezco de antemano y aprovecho para para enviarte un saludo.
Óscar Reyes
http://www.desdesoria.es/unlibrodelmundo/19-2-2019-soria-en-el-cotopaxi-un-novato-contra-el-coloso/
Hola Óscar,
Kaiteur falls no te dejará indiferente. De todas formas, a mi me encantó ir por tierra y vivir la aventura de esta forma.
Por otro lado, sí es posible ir directamente desde Georgetown en avioneta, pues vi un par de turistas que optaron por eso y me los encontré allí. Sin embargo, no tengo información al respecto, así que te invito a que recabes información y, si encuentras algo de utilidad, lo compartas con nosotros.
No tengo el teléfono de Tony, pero mi guía es posible que sí lo tenga. Mándame un nuevo mensaje privado a través del formulario de contacto del blog y te lo paso sin problemas.
¡Un abrazo y pásalo bien con el viaje!