Toda experiencia vital nos reporta lecciones y aprendizajes que nos hacen crecer tanto a nivel personal como profesional.
Los 7 meses que pasé en Mayotte trabajando como fisioterapeuta no fueron una excepción. Éstas son las 8 lecciones que aprendí durante esta inolvidable experiencia:
1. Lidiar con los imprevistos y ser flexible con la puntualidad
En Mayotte aprendí a lidiar con los imprevistos, a adaptarme a las sorpresas y a improvisar soluciones sobre la marcha cuando la gente no respetaba los horarios. Al principio me enfadaba cuando la gente llegaba tarde o se saltaba la sesión y no entendía por qué en mi centro no se solía contar el tratamiento cuando el paciente no avisaba de su ausencia.
Con el paso de las semanas, empecé a comprender la realidad y me volví más tolerante y flexible con la gente, porque cuando preguntabas qué había ocurrido acabas descubriendo que tal vez tu paciente tuvo que venir en autoestop y nadie le paró. Puede que empezara a llover a raudales y que la carretera se colapsara. O puede que la policía le estuviera persiguiendo justo antes por ser un inmigrante ilegal. También era habitual que la gente más humilde tuviera que pagar dinero de sus bolsillos por no tener mutua o que apareciera un paciente con su hijo enfermo, sin papeles y sin hablar una palabra de francés.
¿Qué haces cuando te encuentras con todo eso? En mi caso, escuchaba a la persona con una sonrisa, me intentaba reír con ella si era posible y, tras un breve sermón, le decía que no pasaba nada. Y si tenía que hacer alguna una sesión gratis por amor al arte también la hacía.
2. Tratar sin hablar con el paciente
En Mayotte menos del 50% de la gente habla francés. Ello me obligó, en determinados casos, a diagnosticar y tratar exclusivamente mediante la observación, la palpación y diferentes tests clínicos sin mediar palabra alguna.
Durante mis estudios, un profesor nos dijo una vez que de vez en cuando intentáramos tratar a pacientes sin preguntarles qué les pasaba ni dónde les dolía. Que encontráramos el problema mediante nuestra palpación y nuestros tests y que, si lo hacíamos, nos llevaríamos, para bien o para mal, alguna sorpresa. En Mayotte me vi obligado a llevar a cabo este ejercicio con asiduidad, y efectivamente, alguna sorpresa me llevé.

Mi consulta en Mayotte
3. Saber lidiar con los niños
Jamás había tenido la oportunidad de tener un porcentaje tan elevado de niños en consulta. Gracias a este hecho, aprendí mucho a la hora de abordar este tipo de paciente, pues me di cuenta que tratar a un niño requiere un enfoque terapéutico totalmente distinto al que usamos con los adultos.
Frente a un niño, no basta con hacer una buena valoración para encontrar el déficit y aplicar la técnica correspondiente para corregirla. Con un niño debes hacer un mayor esfuerzo para conectar con él, para meterte en su piel y para saber cómo piensa, cómo siente y por qué actúa como actúa. Y, a partir de ahí, poder presentarle tareas que le estimulen, que le diviertan y que, además, le sirvan para mejorar sus dolencias. De lo contrario, el niño se aburre, no te hace ningún caso y el tratamiento resulta ineficaz. Y todo ello requiere, en mi opinión, mucha más energía, empatía y motivación de la que necesitas para trabajar con un adulto.
4. Negarme a realizar “tratamientos express” y priorizar la buena praxis al dinero
En nuestro equipo los terapeutas trataban 3 pacientes por hora, tanto en consulta como a domicilio. Eso significa que, entre el tiempo que te desplazas a domicilio, el paciente se quita la ropa o apuntas al ordenador cómo se encuentra ese día, acabas realizando sesiones de 10 minutos.
Y si algo he aprendido es que para que un paciente mejore de verdad debes dedicarle tu tiempo, tu atención, tu intención y todo tu cariño. Y, por supuesto, tienes que aplicar un buen razonamiento clínico y todos tus conocimientos. Eso es algo que no se logra en 10 minutos, ni tampoco dejando al paciente enchufado a una máquina media hora o haciendo ejercicios por su cuenta en una esquina. Nunca antes había querido trabajar “industrialmente”, y no iba a ser en Mayotte cuando lo haría.
Por tanto, le comenté a mi jefe que iba a trabajar como mínimo media hora por paciente. Al principio éste se mostró reticente pero luego, accedió a mi petición. Querer ver menos pacientes implica trabajar mejor y, por supuesto, ganar menos dinero, algo incomprensible desde una mentalidad de empresario. Sin embargo, para el que piensa como un terapeuta, no hay mayor satisfacción que ver cómo un paciente mejora tras un buen tratamiento. Una visión que, desgraciadamente, no todos mis colegas comparten.

Algunos de mis pacientes en Mayotte
5. Enriquecerme de cada paciente
Las relaciones humanas son siempre bidireccionales. Un terapeuta, a través de la propia terapia o mediante la relación que establece con el paciente, tiene la capacidad de enriquecer la vida de éste último. Pero cuando pienso en mis pacientes me doy cuenta de que cada uno de ellos también me ha enriquecido a mí en algún sentido.
Siempre digo que las condiciones de vida extremas bien gestionadas generan siempre aprendizajes vitales extremos. Por ello, se puede aprender más de un enfermo, de un mutilado, de una persona que vivió en la calle o de un veterano de guerra que de una persona normal que ha tenido una vida plácida y sin complicaciones. Este tipo de vidas son las que crean los guiones de cine y las que inspiran a los demás a encontrar su camino. Ese es el efecto que muchos pacientes tienen en mí.
Y eso es lo que me hace sentir orgulloso de ejercer mi profesión, sentir que ayudo a los demás, que aporto algo positivo a la sociedad y que, a la vez, me convierto en una mejor persona.
6. Saber cuales son las más grandes profesiones del mundo
Si tuvieras que citar 3 de las más grandes profesiones que existen, ¿cuáles escogerías? En mi caso, probablemente nombraría la de maestro, la de escritor y, por supuesto, la de terapeuta (médico, acupuntor, fisioterapeuta…). ¿Por qué razón? Porque son actividades que tienen el potencial de cambiar positivamente la vida de las personas, ya sea dando herramientas para recobrar la salud, enseñando habilidades para que desarrollemos nuestro intelecto o escribiendo palabras que nos permiten encontrar nuestro camino.
Desde este punto de vista, hay muchas otras grandes profesiones, como la de político, arquitecto, psicólogo, dietista, cantante, filósofo, entrenador, astrólogo…En realidad, cualquier profesión o tarea que realicemos, sea profesional o personal, atesora ese potencial. En cada uno de nuestros pensamientos, actitudes y acciones existe un potencial real para mejorar la vida de los demás. A veces simplemente mediante una palabra amable, con una mirada de compresión o con un detalle de buena fe.
Y aunque no seamos médicos, maestros o escritores, a lo largo de nuestra vida probablemente ya hayamos curado algo a alguien, hayamos enseñado algo útil a otra persona o hayamos escrito palabras conmovedoras. Por tanto, hagas lo que hagas y sea cual sea tu profesión, puedes llegar a crear un mundo mejor con ella y convertirla, por tanto, en algo grande. En tu mano está que así sea, sólo tienes que dar cada día lo mejor de ti.
7. Mostrar agradecimiento
Durante los meses que pasé en Mayotte me sentí obligado a utilizar todos los recursos, técnicas y herramientas que fui aprendiendo durante mi formación. Ello hizo que sintiera un profundo agradecimiento hacia mis profesores y mentores. Sentí agradecimiento hacia los que me enseñaron preparación física, técnicas de estiramientos o terapia reflexológica. Hacia aquéllos que me formaron en acupresión, me mostraron técnicas de masaje o me enseñaron a manipular una vértebra.
Pero también me acordé de las personas que me educaron o que alguna vez me enseñaron algo útil en la vida, especialmente mis padres. Y les agradecí que me apuntaran a clases de inglés para poder comunicarme por el mundo, que me obligaran a aprender mecanografía para no perder tantas horas delante de un teclado o que me enseñaran a nadar para poder explorar los corales de una isla tropical ante la atenta mirada de las tortugas. Por todo ello, ¡Gracias!
8. Sentirme un privilegiado
Adaptarme a la cultura, a la gente y al trabajo en Mayotte no fue fácil y me llevó cierto tiempo. Pero pasado ese período inicial empecé a disfrutar de la experiencia en todas sus manifestaciones.
A nivel profesional me levantaba por las mañanas con ganas de ir a trabajar, sentía ilusión por ver a mis pacientes y estaba motivado a la hora de probar nuevos tratamientos o técnicas para mejorar su salud. Cuando me levanto sin esas ganas suelo cambiar de lugar, y el día que pierda la ilusión por mis pacientes, probablemente cambie de profesión.
En ese momento, en Mayotte había menos de veinte fisioterapeutas liberales, y yo era uno de ellos. Hacía el trabajo que amaba, me pagaban muy bien por ello y, encima, podía ejercerlo en un lugar de ensueño lleno de playas paradisíacas, selva tropical y gente amable. ¿Qué más podía pedir?
La verdad es que trabajando de fisioterapeuta en Mayotte me sentí, pues, como un verdadero privilegiado.
Muy buen articulo de fisioterapia
Me alegro que te haya gustado…
Es un artículo de fisioterapia, de viajes y de antropología al mismo tiempo 😉
Un abrazo